DEJAME SALIR

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1.  SR. THOMAS

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"Policía de Danburg aquí, ¿cómo puedo ayudarle?”

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 "Sí, buenas noches Señor, mi nombre es Helga Schneider y soy una anciana. Me duelen los pies. ¡Fui a la farmacia, pero desafortunadamente ya estaba cerrada!"

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"Lo siento, Sra. Schneider, pero somos la policía y sólo estamos aquí para emergencias”.

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"Pero esto es una emergencia... ¡me duelen los pies!" dijo la anciana. "¿No puede abrirme la tienda otra vez? ¡Ustedes son la policía! ¡La semana pasada mi amiga me contó cómo uno de ustedes la ayudó a cruzar la calle!"

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"Lo siento mucho, pero en este caso, no podemos ayudarla”.

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"¿qué se supone que debo hacer?", preguntó. "¡Ya no puedo caminar!"

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"Entonces quédese donde está, pida un taxi y vuelva a casa... ¡y meta los pies en agua fría!"

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"¡Oh, es una buena idea! ¡Muchas gracias por su ayuda! ¿Cómo se llama usted?"

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"Me llamo Oficial Winkler y le deseo una buena noche”.

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"Oh, gracias, yo..."

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El Oficial Winkler colgó el teléfono. Cerró los ojos y golpeó su escritorio tres veces suavemente con la cabeza. Esa era la vida del Oficial Winkler. Casi todos los días recibía llamadas de gente como la anciana. Ya fueran viejos o jóvenes, algunos de ellos no tenían todas las copas en el armario. Otros simplemente se sienten solos.

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Con los ojos abiertos de nuevo, respiró profundamente y miró por la ventana de su oficina. En la oficina principal, podía ver a muchos otros policías trabajando en sus escritorios.

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El comisario entró en la habitación. Casi todos los hombres se levantaron de repente para saludar a su jefe.

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El comisario sonrió. "¡Sentaos caballeros y por favor seguid trabajando! Ya he dicho que no soy una reina y cada vez que vengo a esta oficina, no deberíais levantaros".

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La mujer era muy hermosa y delgada, con el típico pelo rubio que se puede comprar en una botella en una farmacia. Se parecía a la madre de una muñeca Barbie, pensaba a menudo el Oficial Winkler. A casi todos los hombres les gustaba, si estuvieran casados o no.

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"Comisario Weissler, ¿te gustaría una taza de té?", preguntó uno de los hombres.

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"Sí, gracias", respondió ella. "Negro con tres cucharadas de azúcar, por favor".

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"Buenas noches, Sra. Weissler", dijo una de las pocas mujeres de la oficina.

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"Por favor Sandra... ¡llámame Tanja!" dijo el jefe, un poco molesto. Se acercó a la mujer policía y habló en voz baja: "¡Las mujeres debemos permanecer juntas!" 

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El comisario se dio la vuelta de repente y sonrió al Oficial Winkler a través de la ventana de su oficina.

 

Pero el Oficial Winkler no le devolvió la sonrisa. Probablemente era el único hombre de la oficina al que no le gustaba nada el Comisario. Pero era un profesional y creía que siempre debían trabajar bien juntos, si se llevaran bien o no.

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El teléfono de su mesa volvió a sonar.

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"Hola, aquí la policía de Danburg, ¿en qué puedo ayudarle?"

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"Hola, se trata de mis vecinos de arriba", respondió un hombre.

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"¿Sus vecinos? ¿Qué pasa con ellos?" preguntó el Oficial Winkler.

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"Hacen mucho ruido todos los días. Creo que querían atravesar mi techo".

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"Espere un momento... Usted dijo que ELLOS QUERÍAN... ¿qué les pasó?"

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"Están muertos”.

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"¿Muertos? ¿Están realmente muertos?"

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